16 noviembre 2007

Ricardo Menéndez Salmón lee un cuento inédito en el Aula

Ricardo Menéndez Salmón lee un cuento inédito 2

08 noviembre 2007

El terror, cuento de Ricardo Menéndez Salmón

Cuando el teléfono suena, miro el reloj, sus dígitos fosforescentes dentro de un vidrio. Son las cuatro de la madrugada.

-La hora del lobo -digo en voz alta.

Comprendo que estoy descolgando el auricular como si el tránsito del sueño más profundo a la más atenta de las vigilias hubiera sido automático, parecido a pulsar un interruptor. Comprendo que estoy pensando eso con total claridad: el hecho palmario, evidente, incontrovertible, de que soy una especie de interruptor que alguien o algo enciende y apaga a voluntad.

Al otro lado de la línea escucho una voz de mujer. Es una voz joven, grave, con acento del sur. Prestando fondo a la voz, cuyas palabras no consigo descifrar, se oye música electrónica, tres únicas notas que se repiten de modo hipnótico: sube-baja-sube, sube-baja-sube, sube-baja-sube. El sonido es nítido, parece que estuviera aquí mismo, en el centro de nuestra habitación.

De pronto distingo lo que la voz dice:

-Papá.

Sé que mi hija está durmiendo plácidamente en su cama, pero aun así pregunto:

-¿Vera?

-Papá, creo que le ha reventado el corazón. Creo que al chico le ha reventado el corazón.

-¿Con quién hablo? ¿Vera?

Sube-baja-sube, sube-baja-sube, sube-baja-sube filtra el tubo, mientras mi mujer me aprieta el brazo y pregunta qué sucede.

-¿Vendrás a ayudarme? ¿Lo harás?

La voz ha perdido su acento. Un velo de lágrimas parece atenazarla.

Ahora percibo una voz de varón, una voz que dice “deprisa, joder, deprisa”, y pronuncia el nombre de Carla. Dos veces: “Carla, Carla.”

-Papá.

-No soy tu papá. Soy…

-Papá, al chico le ha reventado el corazón. Había bebido mucho y luego tomó un puñado de pastillas. ¿Lo entiendes? Está muerto. Muerto encima de mi cama.

Entiendo que es la hora del lobo, el instante decisivo de la lucha entre la oscuridad y el alba, el sube-baja-sube de las tinieblas y la luz.

-Carla -digo-. ¿Eres tú, Carla? Escucha. Tranquilízate. No temas. No soy tu padre, pero no temas. Dime tu nombre, pronúncialo, Carla, déjame oírlo para que así podamos hablar.

-Papá -dice la voz-. Papá, soy Carla y el chico está muerto, con el corazón reventado por culpa de esa mierda.

Entonces cuelga.

Permanezco así, en pijama, viva imagen de la estupefacción, con el auricular pegado a la oreja y mi mujer rodeando mi brazo como si fuera una almohada.

-Era una chica -digo-. Estaba en una fiesta y alguien se ha muerto encima de su cama. Drogas y alcohol.

Mi mujer se limita a respirar pausadamente, el sube-baja-sube de su pecho llenando los segundos.

-Estaba aterrada. Llamaba a su padre.

Llamadas perdidas. Voces de socorro abortadas, llegando a oídos que nada pueden hacer. Mensajes para nadie. Algo que uno imagina sólo sucede en las películas o en los libros. Como Bartleby, el escribiente de Melville, que trabajó en la Oficina de Cartas Muertas de Washington y albergó hasta el final de sus días toda esa pena en su corazón.

Mi mujer se levanta, se recoge el pelo, se pone la bata. La noche ya está gastada; el sueño, condenado. Bajamos de la mano hasta la cocina, como dos enamorados, y me siento a la mesa mientras ella prepara café.

Es bueno charlar entre las cuatro paredes de nuestra vida en común, de pronto alterada por esa muchacha que tiene un muerto encima de su cama. Me apetece despertar a mi hija Vera, decirle que corra a hablar con nosotros ahora que puede, ahora que estamos ante ella y tenemos oídos para sus palabras.

Mi mujer enciende el televisor y escucho decir: “Un suicida se equivoca de número de teléfono y es salvado por un sacerdote.”

Hoy veremos amanecer aquí. Recibiremos los primeros rayos de sol como una especie de bendición, veremos cómo entran por el ventanal orientado al este y recorren lentamente el suelo y la escudilla de nuestro perro, admiraremos cómo trepan por los muebles y los electrodomésticos hasta tocarnos manos y cabello, inflamarnos de vida, calentar nuestra piel.

Muy a lo lejos, apenas audible, el canto de un ave.

Escucho el rugido de mis intestinos. Escucho el murmullo de la carne de mi mujer mientras se ajetrea con la mermelada, la fruta, los bizcochos. Escucho todo este ruido que hacemos en nuestra pequeña vida condenada a desaparecer, todo el sube-baja-sube de nuestros míseros esqueletos.

-Sin azúcar, por favor -informo como un visitante educado mientras me abrazo al cuerpo de mi mujer como a una tabla de náufrago.

06 noviembre 2007

El Aula en el Centro Cultural Alcazaba

Las sesiones del Aula Literaria Jesús Delgado Valhondo se trasladan este curso a una nueva ubicación. Nos mudamos a la planta baja del Centro Cultural Alcazaba, en la calle John Lennon. Queremos dar las gracias desde aquí a la Delegación de Biblioteca del Ayuntamiento de Mérida por las facilidades que nos han dado para que se realicen en ese precioso edificio nuestras lecturas literarias. En cuanto a la hora, no hay cambios: se iniciaran a las 20,30 horas.

05 noviembre 2007

La Ofensa, capítulo XII

El hombre convive con su cuerpo, pero no lo conoce. Al menos no de un modo exhaustivo. Un hombre y su cuerpo son realidades distintas. Seguramente eso es lo que permite comprender la esencia última del dolor, que no es otra que el desgarro que produce la indiferencia del cuerpo hacia uno mismo. Un dolor de muelas, obstinado y sordo a nuestro deseo, basta para advertir semejante drama. Y seguramente también eso es lo que permite a un ser humano conservar su nombre, su dignidad, aquello que más íntimamente posee, cuando su cuerpo, en la enfermedad, la mutilación o la vejez, ya no le pertenece.
Para entender lo que es un hombre no basta con tomar nota de las partes que lo conforman. No basta con escribir: «Kurt Crüwell es la suma de sus dos piernas, su sistema límbico, su intestino, su pituitaria y sus gónadas.» Hay algo en el todo del hombre que se resiste a ser contemplado a través de la mera adición de partes que lo componen. Suponer que esas partes mantienen una vida independiente del hombre que las reúne, implica algo más que una metáfora. En el sexo, cuando el cuerpo se impone y el hombre se ve desbordado por su propia materialidad, o en el esfuerzo físico extremo, cuando los pulmones no responden a la exigencia que de ellos se espera y, por ejemplo, un corredor se derrumba antes de alcanzar la meta, tal evidencia resulta incuestionable.

De ese modo, el cuerpo lleva, hasta cierto punto, una vida independiente de la inteligencia que lo habita, y por eso filósofos y escritores, sin por ello apelar a instancias míticas o refugiarse en el oscurantismo de la religión, pueden seguir pronunciando palabras como alma o autoconciencia. Un hombre sin cuerpo puede saberse a sí mismo. Un hombre que ve su cuerpo desmembrarse, quemarse, empodrecerse, no por ello deja de ser hombre.
No es menos obvio, sin embargo, que el cuerpo, en la vida práctica, es la frontera que se levanta entre cualquier hombre y sus iguales, o entre cualquier hombre y el lugar donde su tiempo transcurre: el mundo. Porque el hombre siente y conoce el mundo, fundamentalmente, a través de su cuerpo.
Ante las agresiones del mundo, el cuerpo se protege. Un bacilo activa sus defensas; un chaparrón eriza el vello en brazos, nuca y piernas; un alimento envenenado afloja los esfínteres. Pero ¿y el horror? ¿Cómo reacciona el cuerpo de un hombre ante la presencia del horror? Grita, sí. Y hace que el corazón bombee más sangre, sí. O, por el contrario, paraliza sus músculos para no ser agredido. El espectro de respuestas que el horror genera en el cuerpo es amplísimo. El cuerpo sorprende entonces por su plasticidad. Hay cuerpos que se atenazan y cuerpos que se liberan; hay cuerpos que se arrastran y cuerpos que se elevan; hay cuerpos que interrogan y cuerpos que responden. ¿Pero puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la agresión del mundo, ante la fealdad del mundo, ante el horror del mundo, sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo, suspender sus razones, abdicar de ser lo que es; esto es, abdicar de ser una máquina sensible? ¿Puede un cuerpo decir: «Basta, no quiero ir más allá, esto es demasiado para mí»? ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?
El 2 de enero de 1941, en la aldea de Mieux, en la Bretaña francesa, no muy lejos del mar, a la vista de noventa y un civiles ardiendo en el holocausto de una iglesia de piedra, un cuerpo respondió a todas esas preguntas con un rotundo «sí».
Aquel día, un hombre llamado Kurt Crüwell perdió la sensibilidad.

28 octubre 2007

Por fin tenemos lista la programación del Aula para este curso 2007-2008. Será la siguiente:


13 noviembre Ricardo Menéndez Salmón
15 enero: José Luis Peixoto
12 febrero: Guillermo Carnero

1 abril: Santiago Castelo
22 abril: Luis Eduardo Aute

Como siempre, cada uno de estos autores realizará una lectura para los institutos de secundaria de la ciudad y para la Escuela de Arte al día siguiente de las fechas indicadas, que corresponden a las
lecturas nocturnas.

22 octubre 2007

Ricardo Menéndez Salmón en el Aula

Nacido en Gijón, en 1971, RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN es licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo. Columnista del diario El Comercio, escribe en la revista Tiempo y en el suplemento cultural de ABC. Su obra ha aparecido en revistas como Lateral o Paralelo Sur y en el diario El País.

Es autor del libro de relatos Los caballos azules (Ediciones Trea, 2005) y de las novelas La filosofía en invierno (KRK Ediciones, 1999 y 2007), Panóptico (KRK Ediciones, 2001), Los arrebatados (Ediciones Trea, 2003) y La noche feroz (KRK Ediciones, 2006). Su quinta novela, La ofensa (Seix Barral, 2007), ha sido saludada por la crítica como uno de los libros más importantes del año:

«Una novela intensa y poderosa, rebosante de emoción y de humanidad» (David Casillas, Diario de Ávila); «Una novela corta y deslumbrante, llevada de mano rápida por un estilo extraordinario, barroco y preciso, que encierra una fábula universal y fulgurante» (Rafael Conte, El País); «Un relato insoslayable que no puede ni debe pasar inadvertido a los lectores» (J.J. Armas Marcelo, ABC); «Una lectura que cabe interpretar como una irresistible aventura a la que asistimos acongojados y que contiene lo más insondable de todo escritor de fuste, la capacidad de sorprendernos» (Gregorio Morán, La Vanguardia); «Un desenlace francamente magistral» (José María Pozuelo Yvancos, ABC); «Responde al fin con nota a quienes llevaban años reclamando voces que sepan qué cuentan y cómo en la nueva narrativa española» (Ricard Ruiz Garzón, Qué Leer); «Un libro que hace de la sugerencia un arte verdadero» (Enrique Turpín, El Periódico).

En noviembre de 2007 aparecerá su último libro, una colección de relatos titulada Gritar (Lengua de Trapo), y en primavera de 2008 Seix Barral publicará su sexta novela, Derrumbe.

21 octubre 2007

La Ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón

La novela de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) que publican las editoriales S eix-Barral y Cículo de Lectores relata en poco más de un centenar de páginas la peripecia de su protagonista principal, Kurt Crüwell, arrancado de su acomodada vida como heredero de una próspera sastrería de la ciudad alemana de Bielefeld por el ascenso al poder de Hitler y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El relato está organizado en tres partes; al final de la primera (La bestia rubia) el joven Kurt, soldado ya del victorioso ejército alemán, asiste a un episodio bélico que le hace enfrentarse a la existencia de la brutalidad y de la maldad como elementos consustanciales a la experiencia y, quizá, a la naturaleza humanas. Esta confrontación con el horror en estado puro hace que el muchacho rompa las amarras que le unen con la realidad:

¿Puede un cuerpo decir: "Basta, no quiero ir más allá, esto es demasiado para mí"? ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?

Las dos siguientes partes (Una educación sentimental y Esta lágrima contiene el mundo) nos presentan dos etapas nuevas en la vida de este muchacho, en un hospital francés y, ya con la guerra terminada, en Londres.

Más allá del fondo bélico, La ofensa nos ofrece la permanente presencia del azar como un elemento central de la vida humana, que más que alterar rige el devenir de la existencia: cualquier idea de estabilidad es una quimera, cualquier afán de previsión una inconsciencia.

Sin embargo, si hay que buscar alguna causa que justifique la razón por la que nos sentimos cautivados desde la primera página de esta novela de Ricardo Menéndez Salmón, esa causa es su estilo. Este joven autor es dueño de una escritura rigurosa, en la que la precisión narrativa no se enfrenta ni a la belleza del lenguaje ni a la profundidad del análisis emocional e intelectual. Los ecos de la obra de Kafka y de Borges resuenan en las páginas de La Ofensa, pero su sonido armoniza perfectamente con el de la voz de este autor que, sin duda, ocupará un lugar relevante en la literatura española en los próximos años.

Una lectura muy recomendable, sobre la que puedes obtener más información aquí o aquí .



Bienvenidos al Aula Literaria Jesús Delgado Valhondo

El Aula Jesús Delgado Valhondo inicia el curso 2007-2008 con este blog. A través de él os mantendremos informados de las novedades que se produzcan en la programación y os proporcionaremos información de las demás Aulas que la Asociación de Escritores Extremeños mantiene abiertas en toda Extremadura.

Nos gustaría también que fuera un espacio de encuentro tanto para los asiduos de las lecturas literarias como para los alumnos y alumnas de los centros de secundaria de nuestra ciudad, de modo que todos ellos puedan expresar sus opiniones o hacernos llegar sus demandas.

En pocos días haremos pública la programación para este curso, aunque ya os podemos anunciar que la iniciaremos el próximo día 13 de noviembre con la lectura del novelista Ricardo Menéndez Salmón. Un día más tarde tendrá lugar el encuentro con los alumnos de los centros de secundaria de la ciudad que participan en el ciclo (Albarregas, Emérita Augusta, Extremadura, Sáez de Buruaga y Santa Eulalia) y la Escuela de Arte.